Nada mejor que la final de la Champions League para que FC Barcelona y Manchester United vuelvan a cruzarse en el camino. Cualquier otro escenario se hubiera quedado pequeño ante el aura de estos dos enormes conjuntos. La carga simbólica, tal vez anecdótica, no hace más que sumarle más belleza, si cabe, al partido. Un auténtico choque entre la tradición, entre el juicio de la historia, pero sobre todo, entre el fútbol. Difícil encontrar mejor lugar que Wembley para celebrar tal espectáculo. Todo un placer para la vista, y un lujo para el recuerdo.
La similitud en las trayectorias de Manchester y Barça es, cuanto menos, curiosa. Ambos han sido siempre clubes laureados y respetados, pero la grandeza de Europa les dio la espalda durante un largo período premiando a otros clubes. Pero a pesar de esto, los ingleses no tardaron demasiado en llevar su primera Copa de Europa a sus vitrinas (1968). Mientras que el Barça tuvo que esperar a 1992 para vencer su vitimismo y sentirse al fin un verdadero grande. Y sí, ambas fueron en el antiguo Wembley, donde sobre su imborrable y mágica sombra se levanta ahora la magnífica obra de Norman Foster.
Ese triunfo del Barça supuso un gran alivio para los aficionados culés, pero nadie imaginaba que eso tan solo era el comienzo de una era. La sentencia de que el fútbol que implantó Cruyff sería el único patrón a seguir de ahí en adelante. Fútbol ofensivo al más puro estilo holandés, la posesión de la pelota sería el eje por el que el juego giraría, la victoria siempre llegaría desde el buen juego, la única vía posible. Un estilo que provocó cambios en todo el engranaje barcelonista, y que no se limitó al primer equipo. Un proyecto de futuro invadió la Masía, un factor incuestionable e imprescindible en esta filosofía, y que hizo posteriormente sentirse al Barça un gigante del fútbol.
Sin embargo, no solo en Can Barça se auguraba el comienzo de un nuevo ciclo. Una etapa negra en Manchester hizo llegar a los baquillos a un caballero de este deporte, Alex Ferguson. Pero nadie se hubiera atevido a apostar que duraría más de dos décadas dirigiendo al United, y así ha sido. Llegó en 1986 y devolvió a los Diablos Rojos su hegemonía en Inglaterra, y posteriormente en Europa. Dotó al equipo de un juego, tal vez no demasiado estético, pero sí eficaz. Un juego británico basado en la velocidad y en aprovechar la mínima ocasión, además de ser grandes expertos en el juego de estrategia. Pero tenía algo en común con la filosofía Cruyffista, colocar a la cantera como base del éxito.
Etapas negras a parte, ambos son, por méritos propios, los mejores clubes de las dos últimas décadas. Seguramente por poseer un estilo de juego definido, y sobre todo, por ser fiel a él. Toda una garantía de éxito. La gloria ya es suya, y hoy ambos estilos lucharán por la eternidad en el templo que les vio nacer. Porque dos estilos tan opuestos jamás se parecieron tanto. ¡Sean bienvenidos al mayor espectáculo del mundo!
Aitor Soler
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