Lo de "partido de leyenda" comienza a quedarse corto. La rivalidad entre Barça y Madrid va mucho más allá, y no me refiero a la política. La historia se queda pequeña para guardar todos los pequeños detalles y todos los particulares duelos que se viven en cada Clásico.
Pequeños detalles como la pillería de Messi de atrasar el balón en la falta que segundos después haría estallar al Camp Nou. Travesuras que se aprenden jugando en la calle y, que con una naturalidad pasmosa, el argentino las muestra ante los ojos de la historia, y de un público que le adora. Las reverencias a Messi sonaron mucho más que los desafortunados gritos de independencia para Cataluña. Ya nadie duda que el verdadero protagonista era el fútbol. Pobre del que parpadeara pensando en otras cosas.
No había tiempo para parpadear, detalles minúsculos se escondían en frente de nuestros ojos, como la lesión de hombro que fue la única que pudo apagar a un Cristiano Ronaldo, que volvió a brillar ante el Barça y su luz deslumbró a los defensas culés, que no encontraron manera de detenerlo. La osada chilena del portugués logró lo que los zagueros del Barça fueron incapaces de hacer previamente: anular a Cristiano.
Ambos jugadores redondearon una noche mágica. Dos futbolistas de los que siempre se habla antes del partido, y que por supuesto, siempre responden durante él, esta vez con 2 goles cada uno. Dos héroes de distinto bando, cuya lucha entre ambos se grabará con letras de oro junto a la rivalidad histórica entre Madrid y Barça. Ambos ya son parte del escudo de estos dos colosos.
Pero por difícil que parezca, la épica y constante pugna entre el portugués y el argentino no debe eclipsar las miles de historias que seguía escondiendo el Clásico. La lucha entre Messi y Ronaldo no fue la única que se vivió sobre el césped. Dos colosos no podrían estar en manos de cualquier estratega y el duelo en los banquillos también tuvo influencia en el partido, de la mano de un Tito Vilanova que buscó en los orígenes para ser más "guardiolista" que el propio Pep, tapando el agujero en defensa mediante la velocidad, Adriano fue el elegido y el brasileño respondió. En el otro costado, un Mourinho ya liberado de sus arcaicos complejos decidió, y cerca estuvo de ganar. El portugués parece haberse dado cuenta al fin que con los buenos en el campo es más fácil plantarle cara al Barça.
Y los buenos estuvieron en el campo, y así fue, el Madrid se adelantó en el marcador. Cristiano ajustició el resultado, el Madrid estaba siendo superior de la mano sobre todo de un Khedira imperturbable en la medular. Por lo que un Busquets, herido en su orgullo, comenzó a imponer su ley y pronto Xabi Alonso y el propio alemán cayeron en los tentáculos del Pulpo de Badía. Xavi e Iniesta creyeron en la iniciativa de su compañero y el Barça comenzó a ser el Barça.
Los de Tito Vilanova dieron la vuelta al marcador gracias a un Messi, que sin tener su mejor día, volvió a marcar la diferencia. Pero el argentino no estuvo mal acompañado, Iniesta parecía flotar con el balón, mágico por momentos; la espalda de Jordi Alba se convirtió en un misterio indescifrable para los jugadores del Madrid, uno de esos detalles que se mantuvo oculto durante todo el Clásico; Pedro fue un martirio para la defensa blanca, que nunca adivinó los movimientos del canario, y Montoya estuvo a unos centímetros de recibir el mayor de los premios a su madura valentía.
Pero en la historia del Madrid no entra eso de rendirse, y cuando el Barça comenzaba a deleitar, Cristiano volvió a igualar el marcador. El portugués, al igual que Messi, estuvo bien escoltado por sus compañeros, sobre todo por Özil, cuyo físico no está a la altura de su calidad. El alemán resurgió de sus cenizas dejadas en la primera parte y firmó un segundo tiempo antológico. A ellos les acompañó un Pepe que, pese al error en el primer gol del Barça, marcó el territorio con elegancia y comienza a quitarse de encima la etiqueta que él mismo se puso.
Miles de historias que ha dejado un Clásico, una rivalidad que esconde muchos más misterios que se resolverán en el futuro, y jugadores que adelantan a sus propias leyendas. La historia debe estar impaciente, pero le queda aún mucho por esperar. Somos unos testigos muy afortunados.
Aitor Soler
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